sábado, 25 de abril de 2009
Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz
Amor y oscuridad son dos fuerzas que interaccionan en este libro, una autobiografía en forma de novela, una obra literaria compleja que comprende los orígenes de la familia de Amos Oz, la historia de su infancia y juventud, primero en Jerusalén y después en el kibbutz de Hulda, la trágica existencia de sus padres, una descripción épica del Jerusalén y del Tel Aviv, que es su reverso, entre los años treinta y cincuenta.
martes, 14 de abril de 2009
La elegancia del erizo
El lector que ande enamorado de los libros disfrutará mucho con esta novela. Y el lector ocasional percibirá que la buena literatura puede salvarnos la vida, tanto de la martingala rutinaria como de la obsesión materialista que nos fustiga el alma con su tedio. La sequía espiritual es tan abrasadora que es muy difícil aguantar. Tanto a la portera Renée Michel como a la niña de 12 años -vecina de la casa- llamada Paloma les es muy difícil respirar ese cúmulo de hipocresía social. Todo un engranaje de supercherías que es incapaz de colmar el anhelo de verdadero afecto que buscan las dos.
El inmueble está situado en una zona muy elegante de París, la calle Grenelle 7. Ahí nos encontramos, de entrada, con la susodicha portera. Una mujer de apariencia vulgar, embutida en sus reducidas cuatro paredes. Pasan los vecinos, y pasamos nosotros… Pero nada es lo que parece. Renée es una mujer de aspecto no muy agradable y de genio bastante vivo y poco simpático. Nada hace sospechar su poderosa vida interior. Porque es una privilegiada.
En efecto, todo lo negativo y doloroso, todo su aburrimiento existencial e incomodidad con los demás, ha encontrado su envés en la literatura. En ese rincón tenemos a una lectora que devora libros. En ellos va encontrando sentido y pasión por la vida. Por su propia vida. Ella es la que da título a la novela. Ella es “la elegancia del erizo”. Los pinchos -esa antipatía o “indolencia”- son su defensa, aquello que preserva su alma de la superficial perspectiva que la rodea, y de la que es cada vez más consciente.
Y de ello se da cuenta Paloma, una niña que pese a su edad, percibe esa elegancia, esa vida más plena de Renée. Pero ella no aguanta más, no está dispuesta a soportar por más tiempo la inconsistencia de su familia y esa tremenda soledad. Quiere suicidarse. Y en estas aparecerá un nuevo vecino, un japonés que será como el ángel de la esperanza. Alguien capaz de escuchar, de interesarse por los otros. Alguien a quien no le importa nada lo que puedan decir las comadres del cotilleo. Kakuro Ozu se llama.
Desde ese momento los tres personajes comparten sus confidencias. Sobre la vida y sus lágrimas, sobre la literatura y la belleza, sobre tantas y tantas cosas. Son amigos. Todo esto lo aprovecha muy bien la autora para ir desgranando su personal ajuste de cuentas, de crítica a una sociedad tan injusta como deslenguada y materialista; sus ideas estéticas y gustos literarios, etc. Al final de la novela hay unas páginas deliciosas. Allí leo: “(…) quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual”.
En el Club de lectura ha gustado mucho este libro, incluso ha habido componentes que ya lo habían leído y ahora en una segunda lectura han podido sacar muchas más conclusiones que en la primera lectura, la opinión general ha sido que es un libro muy humano, a la vez con un contenido cultural muy alto te habla de literatura, pintura y música.
El inmueble está situado en una zona muy elegante de París, la calle Grenelle 7. Ahí nos encontramos, de entrada, con la susodicha portera. Una mujer de apariencia vulgar, embutida en sus reducidas cuatro paredes. Pasan los vecinos, y pasamos nosotros… Pero nada es lo que parece. Renée es una mujer de aspecto no muy agradable y de genio bastante vivo y poco simpático. Nada hace sospechar su poderosa vida interior. Porque es una privilegiada.
En efecto, todo lo negativo y doloroso, todo su aburrimiento existencial e incomodidad con los demás, ha encontrado su envés en la literatura. En ese rincón tenemos a una lectora que devora libros. En ellos va encontrando sentido y pasión por la vida. Por su propia vida. Ella es la que da título a la novela. Ella es “la elegancia del erizo”. Los pinchos -esa antipatía o “indolencia”- son su defensa, aquello que preserva su alma de la superficial perspectiva que la rodea, y de la que es cada vez más consciente.
Y de ello se da cuenta Paloma, una niña que pese a su edad, percibe esa elegancia, esa vida más plena de Renée. Pero ella no aguanta más, no está dispuesta a soportar por más tiempo la inconsistencia de su familia y esa tremenda soledad. Quiere suicidarse. Y en estas aparecerá un nuevo vecino, un japonés que será como el ángel de la esperanza. Alguien capaz de escuchar, de interesarse por los otros. Alguien a quien no le importa nada lo que puedan decir las comadres del cotilleo. Kakuro Ozu se llama.
Desde ese momento los tres personajes comparten sus confidencias. Sobre la vida y sus lágrimas, sobre la literatura y la belleza, sobre tantas y tantas cosas. Son amigos. Todo esto lo aprovecha muy bien la autora para ir desgranando su personal ajuste de cuentas, de crítica a una sociedad tan injusta como deslenguada y materialista; sus ideas estéticas y gustos literarios, etc. Al final de la novela hay unas páginas deliciosas. Allí leo: “(…) quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual”.
En el Club de lectura ha gustado mucho este libro, incluso ha habido componentes que ya lo habían leído y ahora en una segunda lectura han podido sacar muchas más conclusiones que en la primera lectura, la opinión general ha sido que es un libro muy humano, a la vez con un contenido cultural muy alto te habla de literatura, pintura y música.
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